martes, 5 de abril de 2011

Moixeró 2.078 m


“La dureza de la naturaleza”

12 y 13 de marzo

Si si, 12 y 13 de marzo. El fin de semana del pasado diluvio, en el que todos se quedaron en casa, cada uno haciéndose su propia arca de Noé, decidimos irnos, partir hacia rutas salvajes.

Éramos conscientes de que si se iba a pasar todo el sábado lloviendo, el domingo estaría el Pirineo y Prepirineo a rebosar de nieve. Así que decidimos hacer una ruta poco exigente y con riesgo prácticamente nulo de aludes. Por eso decidimos partir hacia Bagà y subir el Penyes altes de Moixeró (2.279m). Salimos el viernes, hacia las 21h de Mataró y a las 11:30 ya habíamos pasado por Bagá para pasar noche en el pequeño pueblo de Grèixer, vigilado por el coloso celoso que pretendíamos subir el domingo.

Efectivamente, el sábado amaneció lloviendo y oscureció de la misma manera. Sin un solo minuto de tregua. Nosotros, pobres humanos totalmente condicionados por las nubes furiosas que se desahogaban encima nuestro tuvimos que cobijarnos en la furgoneta. No diría nada más del sábado, si no fuese porque me gustaría puntualizar que, en más de un momento me sentí como aquellos alpinistas que pretenden subir montañas con una meteorología imposible de predecir y que después de pasar una noche acampados en altura se despiertan con un tiempo de perros que hace imposible seguir con la ascensión. Y así, esperando, pueden llegar a estar en 2m2 durante días.Por suerte, muchas veces a diferencia de los susodichos alpinistas, yo me encontraba con la mejor compañía que podía tener y el balance final del día, fue que estuvo más que aprovechado.

El domingo por fin amaneció y nosotros nos despertamos con legañas en los ojos y cruzando los dedos para que al retirar la cortina el día estuviese despejado. Y...Bingo!! Des de la ventana se podía ver el Penyes Altes de Moixeró!

Dejamos la furgo en un rincón de la carretera que lleva al Coll de Pal. Des de allí se coje el camino que nos lleva hasta Grèixer.
Qué decir de Grèixer. El camino que lleva hasta él ya anticipa la posible belleza y tranquilidad del pueblo, que se encuentra en un enclave natural bastante peculiar. Rodeado de paredones rocosos y agudas crestas.

Y también por la C-16!!! Menuda decepción al llegar a la parte alta del pueblo des de donde se veían los coches tronar!

Nosotros intentando comentar la jugarreta que nos había hecho tragar el entorno, seguimos ascendiendo ya por un senderillo que subía bruscamente hacia las murallas que protegían de la presencia humana el Penyes Altes.

El camino tiene una peculiaridad muy instructiva: en sus cotas más bajas el bosque está compuesto únicamente por Pino rojo (Pinus sylvestris). A medida que vas subiendo te adentras en un bosque de robles (Quercus robar), después en uno de hayas (Fagus sylvatica) y finalmente, en las cotas más altas, uno de pino negro (Pinus mugo). De esta manera te sientes caminar por una bandera de colores y variopintos pequeños ecosistemas vegetales. Todo un placer para los sentidos.

La subida se va haciendo amena y disfrutamos mucho del paisaje y de los poderosos precipicios que nos rodean.

A la altura del robredal, ya empezamos a pisar los primeros centímetros de nieve. En ese momento, aún nos podíamos permitir el lujo de andar sin raquetas de nieve. A la altura del hayedo, los resbalones fueron demasiado frecuentes así que decidimos ponernos las raquetas de nieve. Nos sentíamos emocionados. El entorno era inmejorable y no había muestras de lluvia. Sólo una niebla espesa que cubría todo el camino que trazaba la carretera hasta llegar al horizonte.

Sin embargo, cuando llegamos al hayedo, la nieve era ya tan y tan espesa que, incluso con las raquetas, nos hundíamos unos 30 cm a cada paso que dábamos. El esfuerzo no lo empezamos a acusar en seguida, pero al subir por El canal de la Serp, un camino serpenteante que sube por entre las murallas pedregosas que envuelven la cima del Penyes Altes, las piernas nos empiezan a temblar. Solo faltaba que des de la otra vertiente de la sierra apareciera un nubarrón grisáceo amenazante de lluvia.
La nube tapó todo lo especial que podían tener las vistas.

La nieve se convirtió en una especie de arenas movedizas que cada vez se tragaba más parte de nuestro cuerpo.

Al llegar al bosque de pino negro muchas dudas iban planeando por nuestras mentes... Más de una vez nos planteamos dar media vuelta. La salida empezaba a carecer de incentivos para continuar y por la dificultad y la lentitud el tiempo se nos tiraba encima. Una vez más, éramos hombres andando por la luna, con la diferencia de que la fuerza de la gravedad nos engullía hacia el núcleo terrestre. Sin embargo, cada vez que parábamos para repensarnos la situación, decidíamos seguir.



Y así, dudando y dudando llegamos hasta el Collet del Raset (2.055 m). Para llegar a la cima del Penyes Altes de Moixeró ya solo nos faltaba 1,5 km... El problema es que para llegar hasta donde estábamos (tan solo 4,8km andados) habíamos empleado 5 horas! Además, los pasos previos a la cima tenían tramos de nivel II y con la nieve que había, y sobretodo, lo desmoralizados que estábamos, era demasiado el riesgo que podíamos correr.

Así pues, decidimos cambiar de cima y nos dirigimos hacia el oeste en vez de hacia el este y subimos el Moixeró, que tan solo estaba a unos metros del Collet del Raset.

Al cabo de 5 minutos ya nos encontrábamos en la cima. Nunca hubiésemos dicho que nos costaría tanto hacer esta salida a priori modesta. Una vez más, la montaña nos dio una buena lección de humildad, pero no por eso nos dejamos de sentir orgullosos por lo que habíamos hecho. Y felices, una vez más, felices!!

Estos tipos de salida, en los que tenemos que improvisar, en los que el esfuerzo que hacemos es mayor del previsto. Donde muchas veces nos sentimos incapaces de sentirnos bien y donde nos pensamos ser mucho menos de lo que en otras ocasiones nos hemos creído, muy a menudo son duros golpes que a veces cuestan digerir. Sin embargo, al final siempre los acabamos superando y justo en ese momento nos sentimos mucho mejor de lo que nos hubiésemos imaginado. Quizá sea porque certeramente somos algo mejores, o por lo menos, sabemos algo más. Y así, poco a poco, golpe a golpe, de alegría en alegría, vamos superando retos, vamos llegando más lejos, tenemos menos límites, pero sobretodo, nos conocemos mejor.

Este es uno de los motivos por los que me gusta tanto ir a la montaña...



Después de lo explicado, quién nos iba a decir que el suceso más duro de la salida aun tenía que pasar. Una de las experiencias más espeluznantes que he vivido en estos inhóspitos lugares.

Comemos en la cima i bajamos rápidamente, pues las nubes empiezan a llorar un aguanieve.
Una vez más nos sorprendemos de lo rápido que vamos bajando. Esta vez más que en otras ocasiones, pues la subida se nos había hecho bastante dura.

Mucho más frescos al caminar, podemos apreciar mejor el paisaje. La nieve y el cielo gris le dan un tono pálido y más frío al resto de los colores. Nos damos más cuenta que nunca de los lugares por los que hemos pasado. Parece mentira que entre tales paredones haya un camino por el que andar sin tener que tocar con las manos la fría piedra.

Todo estaba en silencio, ni el viento se atrevía a rechistar. Sin embargo, en el momento menos esperado, antes de empezar a descender por la Canal de la Serp, un sonido seco y bruto nos araña las entrañas. Por arriba de las murallas rocosas se oyen desprendimientos de rocas. No tenemos tiempo de tener miedo, cuando una imagen como un relámpago se cruza por mis ojos. De arriba cae una piedra enorme, de unos 2 m y justo después veo a un rebeco que va dando patadas al aire, como buscando desesperadamente algo firme que pisar. Pero nada, solo se encuentra vacío. La primera y grandiosa piedra choca contra la nieve y el rebeco va detrás...Un golpe seco de cabeza contra el suelo y se acabó todo. Veo como el rebeco cae unos metros ladera abajo, flácido, suelto, desplomándose, es un saco lleno de huesos.

Aun no asimilo lo visto cuando sin pensar actúo. El primer impulso es ir corriendo a rescatarlo, como si aún se le pudiese salvar, pero paro a pensar...Ha caído de tan arriba. Miro, sigue quieto. Una sensación de vacío me invade el cuerpo. Me siento tan incrédulo... Llorando le explico a mi compañera lo que había caído detrás de la piedra. No se lo cree pero al ver mi cara desfigurada, mis ojos llorosos se lo empieza a creer. Con la piel de gallina a penas me puedo aguantar de pie.

No paro de mirar, lo puedo ver. Parece una piedra pero con un marrón claro demasiado uniforme. No me puedo engañar. Lo que he visto es real. Se aprecia una pierna y se le ve claramente el culo.


Son tantas cosas las que se pueden apreciar y vivir en la montaña, en los bosques, los lagos. Y nos podemos imaginar aún más. Pero al final, estos lugares siempre te acaban sorprendiendo.

A veces parece mentira lo que podemos llegar a empatizar con un animal. Pero que queremos, no puede ser diferente cuando ellos también sienten miedo, cariño, amor por su propia vida, el impulso de querer perdurar tanto como sea posible. Quizá este rebeco nos estaba vigilando. A saber. Un paso en falso, una pisotón en una piedra suelta desencadenó el desastre. Sin duda, en estos lugares siempre se tiene que estar alerta. Son tantas las sorpresas que la física nos puede preparar.

El rebeco es un animal que para tener menos depredadores fue evolucionando y ahora resiste en los climas duros de las cotas altas de las montañas, corre como nadie por tarteras con inclinaciones brutales. Es un animal increíblemente dotado. Llega a donde ningún depredador es capaz de llegar (exceptuando el humano). No obstante, todo tiene un precio, el que tiene que pagar este animal es el riesgo de poder despeñarse por cualquier lugar. Si nosotros nos tropezamos andando por el llano, ellos también se pueden tropezar andando, incluso corriendo por laderas empinadas. La diferencia de caerse en un lugar y en el otro ya sabemos cual es.

Después de los primeros minutos desastrosos, en los que los dos nos sentimos fatal, empezamos a reflexionar y nos damos cuenta, de que a diferencia de lo que pasa en nuestro mundo, en las montañas se aprovecha todo. Somos conscientes de que la muerte de este Rebeco, dará de comer a muchos otros animales oportunistas que sobreviven gracias a estos eventos. Su muerte empieza a ser en nosotros un brote de esperanza.

La vida no es fácil en estos lugares y cualquier ocasión se convierte en el elixir que aun te permitirá vivir unos momentos más. Este ¨modus vivendis¨ si que es el auténtico ¨Carpe diem¨. Y des de luego, quién no corre vuela, y los que vuelan siempre son los que llegan antes!

Al llegar a Grèixer ya vemos planeando en círculos a decenas de buitres leonados (Gyps fulvus) y alguna que otra Chova piquigualda (Pyrrhocorax graculus). Muchos de ellos descienden ya directamente hacia el cadáver. Esta imagen nos alegra tanto! Los dos nos miramos y sonreímos de oreja a oreja.

Una vez más la salida no nos ha decepcionado. No diré a pesar de todo lo vivido. Porque todo lo vivido han sido momentos aprovechados de una riqueza que no tiene precio.

Estas experiencias nos hacen sentir vivos. Nos hemos vuelto a reencontrar con nosotros.

1 comentario:

  1. Pobres humanos, sí, qué frágiles son. Y qué capacidad tienen de superarse algunos, y así poder disfrutar de la otra cara de la moneda.

    =)

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